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sábado, septiembre 21, 2024

Ben-Laden, Osama

BiografíasBen-Laden, Osama

Con el sello de Osama ben-Laden

Por Ricardo López Dusil

“La guerra contra los Estados Unidos ha comenzado. No es una declaración de guerra que yo pronuncie, es una descripción de la situación. Ellos están en contra de todos los musulmanes. Yo no declaro la guerra a Occidente, a su gente, sino al régimen norteamericano”.
Hace poco menos de tres años, el periodista Robert Fisk, analista del diario británico The Independent, pudo obtener estas declaraciones de un personaje ya célebre, y objetivo prioritario de la administración norteamericana: Osama ben Laden, el banquero de numerosos grupos terroristas islámicos y principal sospechoso de haber participado en los ataques de ayer en los Estados Unidos.

Aunque los atentados perpetrados en el corazón del poder norteamericano podrían ser ejecutados con gusto por varios de los grupos de fanáticos que anidan en el Medio Oriente, a ninguno se le atribuye la capacidad operativa y económica para llevarlos a la práctica sin el concurso inestimable de este fundamentalista que encontró refugio en el retrógrado régimen de los talibanes afganos.

Hoy, Osama ben Laden es, nuevamente, el trofeo de caza más preciado para la administración del presidente Bush. Como también lo fue para Clinton. Datos que circulan en la comunidad de inteligencia indican que la Casa Blanca ha montado varios intentos para obtener la detención o la cabeza de Ben Laden. Informaciones no confirmadas por las autoridades norteamericanas señalan que en la desenfrenada búsqueda de Ben Laden que inició Clinton luego de los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenya y Tanzania, en 1988, logró infiltrar un centenar de comandos en Afganistán de los cuales se ha perdido el rastro.

A Osama ben Laden se le atribuye el financiamiento del siniestro club del fundamentalismo islámico que integran los retrógrados talibanes de Afganistán, los carniceros del GIA en Argelia y los integristas de la Jihad y la Jamaa Islamiya en Egipto y también el financiamiento de los últimos tres grandes operativos contra los norteamericanos previos al raid de ayer: el bombazo contra las Torres Gemelas de Nueva York, en 1993; la cruenta incursión contra la base norteamericana en Dahran, Arabia Saudita, en 1996, y, en 1998, las trágicas demoliciones de las embajadas en Kenya y Tanzania, que costaron la muerte de 174 personas.

Según estimaciones del Instituto para los Estudios de Contraterrorismo, con sede en Tel Aviv, Ben-Laden ha invertido más de 900 millones de dólares en la formación de un frente integrista que desbordó del Medio Oriente y que comenzó a extender sus tentáculos en gran parte de Africa y en Asia Central.

Pero Ben-Laden no es sólo el banquero del integrismo islámico, sino también su profeta y estratego, un hombre que entre los radicales antioccidentales tiene status de héroe.

Lo que nadie puede achacarle a Ben-Laden es la firmeza de sus convicciones: de sólida formación académica (es ingeniero civil y experto en administración empresarial) y holgada situación económica (su familia, saudita de origen yemení, maneja un imperio de la construcción con fondos superiores a los 5000 millones de dólares), abandonó una vida fastuosa por la causa de la Guerra Santa, lo que le ha costado desde la pérdida de la nacionalidad (Arabia Saudita, bajo la presión norteamericana, se la retiró), hasta un azaroso exilio por Sudán, Argelia y Afganistán, donde suele tener refugio en bunkers muy lejos de parecerse a una suite de Ryad o de París.

Osama, nacido en 1957, es uno de los 54 hijos de Mohammed ben-Laden, un humilde constructor saudita que edificó un imperio de la nada. Su empresa fue la responsable de la construcción del 80 por ciento de la red vial del reino y de muchos otros negocios allí y en países vecinos. Mohammed murió en un accidente aéreo en los años 70, lo que dejó el conglomerado en manos de Bakr ben-Laden, el hermano mayor de Osama. Sobre Bakr ben-Laden no pesan demasiadas sospechas y se lo cataloga como un hombre de negocios ajeno a las vocaciones terroristas de su hermano.

Cuando los soviéticos invadieron Afganistán en 1979, Osama ben-Laden fue el intermediario que contactó la CIA para hacerles llegar ayuda a los guerrilleros islámicos (los célebres mujahidines) que combatieron al gobierno títere de Moscú. Osama puso entonces a disposición de la causa no sólo su capacidad gerencial sino también sus fondos, su aptitud profesional (construyó caminos entre los bastiones rebeldes) y su dominio de los explosivos adquirido en las grandes obras viales. Organizó en el mundo islámico el reclutamiento de miles de voluntarios que sumó a los mujahidines, pagó un campo de entrenamiento en Sudán y financió la construcción de túneles clandestinos en la frontera de Pakistán para que las milicias pudieran entrar en Afganistán sin riesgos y combatir al invasor soviético. En 1986 asumió personalmente la conducción de sus tropas y dirigió la ofensiva de Sabah, donde los soviéticos fueron derrotados.

De regreso en Arabia Saudita, el “santo guerrero” no pudo digerir el alineamiento de su país con la coalición occidental que expulsó a Saddam Hussein de Kuwait. Osama, a quien no se recordaba como particularmente devoto en su juventud, consideró que la aventura del líder iraquí debía resolverse en el seno de la Liga Arabe y sostuvo que la presencia norteamericana autorizada por el rey Fahd corrompería el Islam (en Arabia Saudita, donde se encuentran dos de los lugares santos de los musulmanes: La Meca, patria del Profeta Mohamad, y Medina, asiento de su tumba, están proscriptas todas las otras religiones).
La promesa incumplida de los Estados Unidos de abandonar las bases en Arabia Saudita una vez sofocadas las veleidades expansionistas de Saddam terminaron de poner a los norteamericanos en el bando de los enemigos de Ben-Laden y promulgó una fatwa (decreto religioso) para expulsarlos de todas las naciones islámicas. Desde entonces Ben Laden se convirtió en el enemigo número uno no sólo de los norteamericanos sino también de la monarquía saudita, a la que pretendió derrocar para instaurar un régimen islámico estricto que fuera merecedor de ser el guardián de La Meca.

Periodistas paquistaníes que lograron verlo en Afganistán revelaron que Osama ben-Laden tiene tres campamentos, en las ciudades afganas de Kandahar y Logar, pero que su bastión principal, virtualmente inexpugnable, está ubicado en las montañas de Jalalabad, donde el constructor horadó la roca de la cadena montañosa e instaló su base de operaciones, donde lleva una vida espartana. La “cueva”, de tres habitaciones, está calefaccionada y dispone de equipos de comunicaciones de última generación con el que se comunica no sólo con los dirigentes de distintas organizaciones islámicas del mundo sino que opera muchos de sus negocios legales, bifurcados en una vasta red de financistas occidentales y empresas intermediarias.

Sus milicias, denominadas Mujahidin Jalq (Combatientes del Pueblo), están integrada esencialmente por ex combatientes de la guerra de Afganistán y “enriquecidas” con militantes palestinos, argelinos y sauditas. Aunque se trata de grupos no muy numerosos, estructurados en células, están muy bien entrenados, tienen vasta experiencia en combates, se sustentan en inquebrantables principios religiosos y, fundamentalmente, disponen de mucho dinero para sus operativos.

Se asegura que en los últimos años, Ben-Laden ha introducido “células dormidas” en diversos países occidentales, con el propósito de hacerlas operativas en el momento oportuno.

En varias ocasiones expertos de seguridad norteamericanos desaconsejaron la alternativa de intentar infiltrar a sus agentes en Afganistán para cazar a Ben Laden. Consideraban que se trataba de una operación de alto riesgo y, tal vez, de un costo político demasiado alto, y propusieron como alternativa más viable el control minuto a minuto de sus movimientos para eliminarlo no bien mostrara un flanco débil. A la luz de los hechos, si se confirmara su responsabilidad en los ataques de ayer, la estrategia se ha revelado como un estrepitoso fracaso.

Fuentes del Mossad (el servicio secreto israelí) aseguraban ya desde hace tres años que neutralizar a Ben-Laden, es decir, eliminarlo, debía ser la prioridad absoluta, ya que sostenían que el ambicioso empresario tenía entre sus manos proyectos todavía más inquietantes que los conocidos hasta entonces: el desarrollo de explosivos tácticos (de gran poder de destrucción pero fácilmente transportables en una valija) e, inclusive, de tecnología nuclear. Algunos indicios revelan que Osama ben-Laden tiene trabajando para sus servicios a científicos de la ex república soviética de Kazakhstán con conocimientos de tecnología atómica.

La fuente: el autor es director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com)

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