Procedente de una familia modesta, Eili Hobeika se convirtió en el joven y brillante jefe de operaciones de la milicia cristiana de las Fuerzas Libanesas en su creación en 1976. A partir de 1978 se ocupó de los servicios de inteligencia y fue entonces interlocutor privilegiado de los israelíes. Durante la primera fase de la invasión israelí del Líbano (1982) fue el jefe de facto de las Falanges, pero en 1984 renegó de su alianza con Israel y se alió con Siria. Hobeika fue desde entonces un protegido del difunto presidente sirio Hafez al Asad y en 1985, a los 29 años, fue nombrado jefe de las milicias. En los noventa, una vez acabada la guerra, fue ministro con el apoyo de Damasco.
La carrera de Hobeika, hecha como tantas otras a base de cambios de alianzas y sangrientos ajustes de cuentas, simbolizaba para muchos el cinismo y la brutalidad de los “señores de la guerra” libanesa, entre 1975 y 1990. En mayo de 1995, un antiguo guardaespaldas de Hobeika, Robert Hatem, decidió publicar un libro, “De Israel a Damasco”, en el que detalla sus relaciones con el Ejército israelí y su responsabilidad en la matanza de Sabra y Shatila en el sur de Beirut, tres meses después de que el Tzahal invadiera la ciudad en junio de 1982. Hatem asegura que «al transferir su lealtad de Israel a Siria, traicionó a la comunidad cristiana y a patriotas honrados». El «Cobra» se explaya contra su ex jefe, al que atribuye numerosos asesinatos cometidos en los 80 y una enorme fortuna de turbios orígenes.
Hobeika afirmó que el libro de su ex guardaespaldas era “un conjunto de mentiras”, añadió que había sido financiado por los servicios de inteligencia israelíes y presentó una demanda contra Hatem.
Su habilidad para estar al sol que más calienta le proporcionó tres carteras ministeriales, pero no logró ser elegido en las últimas parlamentarias. Gracias a la Amnistía de 1991 tampoco llegó a ser procesado. Aunque recientemente se ofreció como testigo de cargo contra Sharon, Hobeika será sin duda recordado por su participación en las matanzas de Sabra y Chatila. A él se le atribuye la orden que aún hoy produce escalofríos: «Exterminio total… arrasad los campos». Sus detractores aseguran que «no tenía ni un solo amigo de verdad» y que «ni siquiera amaba a su familia», compuesta por su mujer y dos hijos malogrados (el mayor murió con él). Semejante pasado le condenó a vivir bajo el peso de una amenaza que se cumplió el 24 de enero de 2002, cuando un automóvil cargado de explosivos estalló a su paso, dándoles muerte. Demasiada información y demasiados cambios de bando para llegar a viejo.