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sábado, septiembre 21, 2024

Taylor, Charles

BiografíasTaylor, Charles

Charles Taylor, cuyo nombre completo Charles Ghankay Taylor, antes conocido como Charles MacArthur Taylor, nació el 29 de enero de 1948, en Arthington, Monrovia. Gobernó a Liberia desde el 19 de julio de 1997 hasta el 11 de agosto de 2003, en que fue obligado a dimitir por presión de los Estados Unidos y partir al exilio.

Durante años las biografías lo presentaron como el tercero de los 15 hijos de padres liberianos; ella, una sirvienta doméstica de la tribu gola, una de las muchas en que se distribuye la comunidad étnica indígena, y él, un maestro y magistrado de religión baptista y perteneciente al muy minoritario colectivo de los américo-liberianos, esto es, los descendientes de los antiguos esclavos libertos por las sociedades abolicionistas de Estados Unidos y que en 1847 fundaron Liberia como la primera república negra de África.

Más recientemente se ha difundido la versión que cuestiona este origen del padre, según la cual nació, creció y trabajó como profesor en Trinidad y Tobago cuando este archipiélago caribeño era una colonia británica, y luego marchó a Liberia donde fue encarcelado por su activismo político; tal es así que Taylor tendría en la actualidad familiares directos en el citado país.

Estos pasajes sobre su pasado no han sido confirmados por el interesado, cuya historia hasta que se dio a conocer como líder guerrillero en 1989 es parca en informaciones, por lo demás imprecisas. Las fuentes lo citan como un estudiante contestatario de los regímenes dictatoriales de William Tubman y de su sucesor desde 1971, William Tolbert, últimos eslabones de la hegemonía política y económica detentada por la casta américo-liberiana asentada en la costa, única franja de desarrollo urbano, por lo demás precario, en un país sumido en el atraso y la miseria.

Bajo las jefaturas de Tubman y Tolbert el centenario partido-Estado, el True Whig Party, se había abierto un poco, con nombramientos en la administración y el fomento de los matrimonios mixtos, al 95% de población aborigen tradicionalmente encuadrada en 16 tribus y otros tantos homelands, en un cierto precedente del apartheid o sistema de segregación racial de los negros por los blancos en Sudáfrica.

Según fuentes oficiales, a comienzos de 1980 Taylor se encontraba estudiando economía en el Bently College de Waltham, cerca de Boston, y animando actividades antigubernamentales entre los exiliados en Estados Unidos (en 1979 él y sus compañeros irrumpieron en la oficina de Liberia en Naciones Unidas y emplazaron al embajador a difundir una proclama sediciosa) cuando Tolbert lo invitó a regresar a Monrovia para encabezar una delegación estudiantil.

Él así lo hizo, y se encontraba en su país cuando el 12 de abril Tubman y buena parte de las principales figuras de su administración cleptocrática fueron asesinados en un golpe de Estado perpetrado por suboficiales krahns, una de las etnias del interior selvático que desde la independencia habían rendido servidumbre a las elites américo-liberianas de la costa.

El cabecilla de una sangrienta toma del poder que tuvo efectos de revolución social por el drástico trastrueque de amos y sojuzgados, Samuel Doe, sargento semianalfabeto de 28 años, tomó a Taylor a su servicio y le confió la intendencia de la Administración del Estado y el viceministerio de Comercio, oficinas que le dieron acceso a todo tipo de recursos lucrativos. Pero en octubre de 1983 huyó inesperadamente a Estados Unidos y poco después de desaparecer Doe lo acusó de apropiarse ilegalmente de 900.000 dólares de los fondos públicos.

En 1984 las autoridades del país americano atendieron la demanda de extradición del gobierno liberiano, arrestaron a Taylor en Sommerville, Massachusetts, y lo internaron en un centro de alta seguridad del estado. El caído en desgracia no aguardó a que se ejecutara la repatriación a Monrovia, donde lo aguardaba un destino de lo más ominoso: en 1985 -según algunas fuentes periodísticas valiéndose de los métodos tradicionales de la sierra de barrotes, las sábanas anudadas y el soborno a los guardianes-, se evadió y comenzó un rocambolesco itinerario que lo llevaría hasta Ghana vía México, España y Francia.

Su pista se pierde hasta el 24 de diciembre de 1989, cuando reapareció al frente de un comando de no más de 200 hombres atacando el puesto fronterizo de Butuo, en el condado de Nimba, desde territorio de Costa de
Marfil. La exigua tropa de Taylor, muy probablemente entrenada, como él mismo, en Libia bajo la protección de Muammar al-Khaddafi, tenía como objetivo la misma Monrovia y hacerse con el poder.

Pero esta incursión habría sido barrida por las fuerzas gubernamentales salidas a su encuentro de no distraerse éstas en una espiral de atrocidades contra civiles de las tribus gío y mano, víctimas periódicas de las purgas de Doe, cada vez más aferrado al sectarismo krahn. Miles de gíos y manos se unieron al bando de Taylor, que se organizó como Frente Nacional Patriótico de Liberia (NPFL) y presentó la traza de una guerrilla poderosa y peligrosa para un dictador cada vez más desconectado de la realidad de su país.

Para julio de 1990 el NPFL alcanzó Monrovia, puso bajo asedio el aeropuerto internacional y todo preludiaba una captura rápida de los centros neurálgicos malamente defendidos por las Fuerzas Armadas de Liberia (AFL), muy marcadas étnicamente por la política de favoritismo krahn. Pero en vez de acometer la embestida final con disciplina militar, los hombres de Taylor se entregaron al pillaje sistemático de lo que encontraban a su paso, multiplicando los padecimientos de la población. Estas acciones fueron toleradas por Taylor, que nunca invirtió mucho esfuerzo en mitigar la imagen de su rebelión armada como una ambición personal de enriquecimiento y de poder más allá de las consignas inevitables sobre la democratización y la regeneración nacionales.

Peor todavía, la contienda civil se transformó en una guerra de exterminio étnico en la que los gíos y manos de Taylor y los krahns y mandingas afectos a Doe se afanaron en la mutua eliminación. Las violencias adquirieron un componente especialmente arbitrario y aterrador con la irrupción de miles de jóvenes y niños provistos de armas automáticas. Reclutados sin recato por el NPFL, estos jóvenes vestidos como para una macabra kermesse, portando fetiches y trofeos de sus víctimas con un trasfondo de magia y hechicería, fueron instigados al odio étnico por los hombres de Taylor con drogas estimulantes y la carta blanca para cometer todo tipo de desmanes.

La situación se tornó más caótica si cabe cuando un lugarteniente de Taylor, Prince Johnson, se declaró en rebeldía y formó su propia guerrilla, el Frente Nacional Patriótico Independiente de Liberia (INPFL), una escisión desprovista de significado ideológico y más bien relacionada con las ambiciones y envidias personales por el reparto del botín.

Fue Johnson, deseoso de publicidad, quien el 9 de septiembre de 1990 capturó y mando atormentar hasta la muerte a Doe, imprudentemente salido desde el palacio presidencial al encuentro de los 4.000 soldados del Ecomog o Grupo de Monitorización de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO, o ECOWAS en su sigla inglesa), que habían desembarcado el 24 de agosto en misión de interposición. Se trataba de una decisión unilateral de la organización ante la incapacidad de los jefes militares liberianos para establecer una tregua.

Fueron por tanto la escisión de Johnson, la presencia de los pacificadores africanos y, fundamentalmente, la indisciplina y venalidad de la propia tropa de Taylor las razones que privaron a éste de la victoria militar cuando la tenía al alcance de la mano. El más poderoso de los señores de la guerra (warlords) liberianos, caudillo de 25.000 combatientes, no se resignó y en los siete años siguientes persiguió su objetivo, la Presidencia de la República, por todos los medios posibles, primero con la fuerza, luego con la negociación y finalmente con las urnas.

Siempre con el sostén, de difícil cuantificación pero sin duda importante, de Libia, Côte d´Ivoire y Burkina Faso, los últimos antiguos protectores que limitaron con su autoexclusión el operativo militar del Ecomog (convertido en la práctica en un contingente de países anglófonos) y que apostaron, como los demás miembros de la CEDEAO de la órbita francesa, por la vía de la negociación, Taylor alternó las acometidas militares contra el poderoso dispositivo nigeriano, médula del Ecomog, con las concesiones diplomáticas, garantizándose un papel principal en el tortuoso proceso de paz y revistiéndose como interlocutor imprescindible ante los mediadores internacionales.

Desde octubre de 1990 el NPFL combatió desventajosamente al Ecomog y sus aliados coyunturales del INPFL y las AFL -cuyos restos, muerto Doe, se habían reorganizado como una milicia autónoma más- y no pudo impedir el control de Monrovia por los nigerianos para la instalación, el 22 de noviembre, del Gobierno Interino de Unidad Nacional (IGNU) presidido por Amos Sawyer, una personalidad académica y política, y designado por la CEDEAO. Hasta entonces rigieron dos meses de caos en los que Taylor intentó dotarse de legitimidad institucional haciéndose llamar, primero ”jefe del Gobierno Provisional”, del 27 de julio al 21 de octubre, y a partir de esa fecha, ”presidente de la República de la Gran Liberia”.

Taylor instaló su cuartel general y la sede de una administración paralela denominada Gobierno y Asamblea de Reconstrucción Patriótica Nacional (NPRAG) en la ciudad de Gbarnga, en el condado norteño de Bong, dominando una extensa área selvática y las rutas de aprovisionamiento con Sierra Leona, Guinea y Côte d´Ivoire. Dicho sea de paso, Johnson también se autoproclamó ”presidente” tan pronto como se deshizo de Doe y su tropa se hizo fuerte en algunos barrios de Monrovia (el poder de esta facción fue declinando hasta su rendición al Ecomog y la marcha de Johnson al exilio en octubre de 1992).

El establecimiento manu militari por el Ecomog de una precaria autoridad en Monrovia con reconocimiento internacional aconsejó a Taylor una tregua táctica, si bien negándose a reconocer cualquier emanación institucional de las conferencias de paz de la CEDEAO. El 28 de noviembre las partes firmaron en Bamako un cese de hostilidades y el 14 de febrero de 1991 acordaron en Lomé un documento más amplio que recogía los compromisos previos y estipulaba también el desarme de las milicias y la convocatoria de una nueva conferencia nacional. Ésta se inauguró en Monrovia el 15 de marzo, pero la no comparecencia de Taylor la condenó al fracaso. Otro acuerdo suscrito en Yamoussoukro en septiembre de 1991 para el desarme y repliegue de las facciones quedó en papel mojado.

El celo por consolidar y ampliar los territorios bajo su control, que llegaron a suponer las cuatro quintas partes de la extensión nacional, y sus gananciosos negocios de compraventa de armas y productos naturales como el oro, los diamantes, el caucho y las maderas preciosas, que le convirtieron probablemente en el hombre más rico del país, movió a Taylor a lanzar en octubre de 1992 una ofensiva contra la costa que fue repelida por una fuerza combinada del Ecomog (reforzado en marzo de 1993 hasta los 15.000 hombres con contingentes de países francófonos), las AFL y el Movimiento Unido de Liberación por la Democracia en Liberia (ULIMO), facción organizada en Sierra Leona en junio de 1991 por antiguos partidarios de Doe.

Taylor justificó su arremetida para defenderse de las agresiones de la nueva guerrilla, que en agosto había arrebatado al NPFL el control de algunas minas de diamantes en el noroeste, y acusó a los pacificadores africanos de parcialidad y de operar como una facción más, imputación que, ciertamente, no carecía de fundamento.

En el verano de 1993 las pérdidas del aeródromo de Robertsfield y el puerto de Buchanan, más los efectos de los embargos de armas y de carburante impuestos por la ONU y la CEDEAO, acercaron de nuevo a Taylor a la mesa de negociaciones, de la que salió un acuerdo político en Ginebra, el 19 de julio, y otro militar de alto el fuego en Cotonou, el 25 de julio.

Como resultado, el 7 de marzo de 1994 se instalaron en Monrovia las primeras instituciones multipartitas: un Gobierno Nacional de Transición Liberiano (LNTG) encabezado por un Consejo de Estado de cinco miembros y con presidencia nominal del abogado David Kpomakpor, y una Asamblea Legislativa de Transición de 35. Las dos instancias se repartieron más o menos equitativamente entre el NPFL, el ULIMO y el IGNU, éste como representante de la sociedad civil.

Se abrió entonces un extremadamente complicado proceso de reconciliación nacional cuya meta era la celebración de elecciones generales en septiembre de 1994 en un clima de paz y seguridad. Ello pasaba por el desarme y desmovilización de los 60.000 combatientes encuadrados en las distintas facciones y milicias, pero la dinámica inicua de divisiones internas y de desconfianzas mutuas imposibilitó el remate electoral durante tres años. Las actitudes hostiles o favorables a Taylor y su guerrilla gravitaron en la proliferación de partidos y disidencias armadas con un trasfondo étnico.

El mismo NPFL no escapó a esta dinámica, y en septiembre de 1994 se separó de él un Consejo Central Revolucionario (NPFL-CRC) acaudillado por mandos militares del NPRAG. A lo largo del año siguiente Taylor condujo una serie de purgas internas de elementos considerados desleales, pero el hecho es que el NPFL siguió siendo con diferencia la milicia más fuerte y también la menos sesgada tribalmente.

Los buenos oficios de Ghana (segundo país en cuanto a proveedor de tropas al Ecomog), que facilitaron negociaciones secretas entre Taylor y el dictador militar nigeriano Sani Abacha (quien a diferencia de sus predecesores y sucesores no le proyectó animosidad), trajeron un acuerdo militar y político en Abuja el 19 de agosto de 1995 sobre un alto el fuego, efectivo el 26 de agosto y un nuevo Consejo de Estado interino (LNTG II) de seis miembros, inaugurado el 1 de septiembre. Presidido por otro exponente neutral de la sociedad civil, el profesor Wilton Sankawulo, el LNTG II revistió la trascendencia de integrar en persona a los cabezas de facción, no a delegados de segunda fila.

Así, Taylor regresó de su bastión norteño a Monrovia para asumir una de las tres covicepresidencias militares del órgano, siendo las otras para Alhaji Kromah, líder de una de las facciones en que recientemente se había dividido el ULIMO, ULIMO-K, y George Boley, ex ministro krahn de Doe y jefe del Consejo de la Paz Liberiano (LPC), a pesar de su nombre, otra milicia armada, acusada como las demás de cometer atrocidades contra la población civil.

Las continuas violaciones del alto el fuego y golpes de fuerza degeneraron en combates de gran magnitud en Monrovia el 6 de abril de 1996 entre el NPFL y el ULIMO-K (de base preferentemente mandinga y musulmana) por un lado, y el ULIMO-J (facción mayoritariamente krahn), las AFL y el LPC por el otro. Los choques estallaron cuando el jefe del ULIMO-J, Roosevelt Johnson, se revolvió contra los que le habían defenestrado dentro de su facción y contra el LNTG, que instigado por Taylor le había suspendido en el Consejo de Estado para a continuación dictarle una orden de arresto en conexión con el asesinato de su sustituto al frente de la guerrilla.

Este último espasmo bélico produjo devastaciones en Monrovia y alrededor de 3.000 muertos, pero Taylor consiguió deshacerse de Johnson, que tras refugiarse en la embajada de Estados Unidos partió a Ghana. A finales de junio el Ecomog completó una operación de requisa de armas en Monrovia y a partir de ahí se recuperó un cierto clima de seguridad que permitió iniciar la cuenta atrás para las elecciones tantas veces pospuestas.

Tras una cumbre de la CEDEAO en Abuja, el 31 de julio de 1996 Taylor y los demás jefes de facción anunciaron su acatamiento del alto el fuego y la desmovilización de sus subordinados conforme a lo estipulado en 1995, y el 17 de agosto se pusieron de acuerdo sobre un nuevo Consejo de Estado (LNTG III) presidido por la ex senadora Ruth Perry que entró en funciones el 3 de septiembre. Este se consideró el final de una guerra civil de seis años que había asolado el país, matado a entre 150.000 y 200.000 personas y desplazado de sus hogares fuera y dentro del país a unas 800.000, sobre una población inferior a los tres millones.

En octubre Taylor fue objeto de un intento de asesinato que no fue reivindicado, aunque las sospechas recayeron sobre el ULIMO-J. Taylor, sin embargo, se ahorró las represalias, pues los acuerdos de Abuja establecían sanciones y hasta el procesamiento por crímenes de guerra a los cabezas de facción que incumplieran los compromisos, inhabilitándoles para tomar parte en el proceso político que se iniciaba.

El plazo para la desmovilización de los combatientes expiró el 31 de enero de 1997 con éxito sólo parcial; a pesar de que miles de hombres seguían armados, las facciones se consideraron disueltas o transformadas en partidos políticos desde esa fecha. Un trabajoso proceso normativo y logístico para asegurar unos mínimos orden y estabilidad conducido por el Ecomog y la Misión de Naciones Unidas, UNOMIL, permitió lo que para muchos era poco menos que un milagro considerando la terrible anarquía que había señoreado el país hasta hacía bien poco.

Tras anunciar su candidatura presidencial (lo que le obligó, por prescripción de la Comisión Electoral, a darse de baja en el Consejo de Estado), Taylor fundó el Partido Nacional Patriótico (NPP), aseguró haber disuelto el brazo armado de su facción y puso en marcha una maquinaria propagandística a lo largo y ancho del país que costeó con su fortuna particular, fruto de las depredaciones de guerra y del tráfico de mercancías, que incluía emisiones de sus estaciones de radio y televisión privadas.

Con una mezcla de populismo y cinismo, durante una campaña que no se libró de las crónicas violencias sectarias Taylor pidió públicamente disculpas por lo que le correspondía en la génesis y prolongación de la guerra civil, repartió alimentos en las zonas azotadas por la violencia y enfatizó sus virtudes como líder fuerte y responsable, justo lo que la nación necesitaba en la etapa de reconstrucción y reconciliación nacionales que comenzaba.

Apelando al borrón y cuenta nueva y por tanto a la inmadurez política de los liberianos, que sabrían disculpar una rosario de excesos fruto de circunstancias extraordinarias, el aspirante presidencial osó acuñar unos eslóganes que en cualquier otro país habrían abocado a su protagonista al suicidio político. Así, se aventaron mensajes como ”Él mató a mi mamá, mató a mi papá, pero voy a votarle de todas maneras”, o ”Mejor el diablo que conoces que el ángel que no conoces”. De una manera casi explícita, Taylor venía a decir que o ganaba las elecciones o habría guerra de nuevo.

Numerosos representantes de la sociedad civil liberiana y de la comunidad internacional coincidieron en señalar lo inconsistente e inquietante de un Taylor -para no pocos un criminal de guerra en toda regla- revestido de legitimidad presidencial. Pero el 19 de julio de 1997 el tenaz y habilidoso warlord en trance de conversión a estadista demostró conocer mejor que nadie los temores y ansias de sus atormentado paisanos, dispuestos a votarle por la convicción de que retomaría las armas si era derrotado y de que destinaría parte de su fortuna privada al restablecimiento de los servicios mínimos.

Con el 75,3% de los votos Taylor arrasó a una docena de candidatos encabezados por Ellen Johnson-Sirleaf, una alta funcionaria de la ONU que al frente del Partido de la Unidad (UP) le venía descalificando sin contemplaciones por su pasado violento, Kromah, jefe del Partido de la Coalición Pan-Liberiana (ALCOP), y Boley, del Partido Nacional Democrático de Liberia (NDPL). Taylor redondeó su triunfo en las legislativas con 49 de los 64 escaños de la Cámara de Representantes y 21 de los 26 senadores.

Los observadores de los organismos internacionales, y especialmente los del Centro Carter, prefirieron no incidir en los casos de intimidación en los colegios electorales y alabaron los primeros comicios desde 1985 (si bien aquella edición fue convertida por Doe en una mascarada) como un éxito democrático de participación, el 80% del censo, y transparencia. El 2 de agosto, recién cumplido el 150 aniversario de la independencia de Liberia, Taylor juró como presidente de la República con un mandato de seis años, culminando una ambición emprendida en 1989 por derroteros harto diferentes.

La principal preocupación de Taylor tras asumir la jefatura del Estado fue extender la autoridad gubernamental a todos los aspectos de la seguridad y asumir la plena soberanía, lo que pasaba por el efectivo sometimiento de los clanes aún armados y, sobre todo, la retirada del Ecomog por considerar que tras la culminación de los acuerdos de paz su presencia en el país no tenía razón de ser. Este celo estimuló fuertes tensiones que comprometieron una paz civil siempre en la cuerda floja.

En un calco a menor escala de los sucesos de 1996, en septiembre de 1998 estalló una violenta refriega con el grupo de Roosevelt Johnson después de que Taylor le destituyera como ministro de Medio Ambiente en el Gobierno de coalición y le acusara de pergeñar una conspiración golpista. Con una orden de captura por el delito de alta traición sobre su cabeza, Johnson logró evadirse con la protección de la embajada de Estados Unidos, un gesto que fue considerado hostil por Taylor. Por otro lado, el forcejeo con la CEDEAO para la total evacuación del Ecomog se saldó en victoria para el presidente liberiano con la partida de los contingentes nigeriano y ghanés en enero de 1999.

Las suspicacias con Taylor del Gobierno de Estados Unidos, que gozó de un influjo fundamental sobre los regímenes de Tubman, Tolbert y Doe y que ahora observaba con desagrado los inmejorables vínculos entre Monrovia y Trípoli, se vieron inicialmente contrarrestadas por la impresionante red de amistades y valedores que el antiguo guerrillero tenía en el país americano, hasta presentar aspectos de lobby.

Líderes religiosos baptistas y políticos de tendencia liberal tan influyentes como el reverendo Jesse Jackson (organizador de una Conferencia Nacional en 1998 en Virginia, a la que asistió Taylor y que fue boicoteada por asociaciones de la diáspora no américo-liberiana por considerarla un mero ejercicio de relaciones públicas) y el ex presidente Jimmy Carter han menudeado desde 1997 sus encuentros con Taylor y sus visitas a Liberia para supervisar los progresos hechos en la construcción democrática, unas simpatías que enlazan bien con un moralismo indulgente y un sentimiento de responsabilidad por los trágicos avatares de la nación fundada por esclavos libertos.

Dicho sea de paso, Taylor se describe a sí mismo como un ”hombre religioso”, declaración de fe que, según comentaristas familiarizados con la cultura política liberiana, esconde creencias supersticiosas tan arraigadas en África Occidental como la numerología y la brujería.

Ahora bien, hasta la fecha el régimen de Taylor, que ha tomado el título oficial de Dahkpannah o ”jefe de jefes”, alusivo al liderazgo simbólico de las 16 tribus indígenas de Liberia, ha acumulado tantos balances negativos que le hizo desacreditarse muy pronto ante sus interlocutores exteriores y ante sus propios ciudadanos, hasta granjearse la condena y el aislamiento internacionales.

La actuación interior, según atestiguan diplomáticos, empleados de organismos internacionales y las ONG, ha seguido marcada por la mentalidad de señor de la guerra y sus lógicas de poder absoluto, patrimonialismo y rapiña de recursos. Siguen sin concretarse unas instituciones verdaderamente nacionales, no existe un proyecto de recuperación económica claro (Taylor prefiere culpar a la comunidad internacional por no volcarse en sus ayudas e inversiones), tres cuartas partes del presupuesto lo consumen los asuntos de seguridad y tampoco hay voluntad para crear unas AFL despolitizadas y multiétnicas.

Los últimos informes de Amnistía Internacional pintan un panorama muy sombrío de los Derechos Humanos por los abundantes casos de asesinatos, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales de activistas sociales, periodistas y políticos críticos con el poder, así como por la arbitrariedad y los abusos de las abundantes y omnipresentes fuerzas de seguridad, que en el escenario posbélico han hecho de Monrovia una de las capitales más inseguras del mundo (incluso se han trazado comparaciones con Puerto Príncipe, la capital de Haití, en la era de los Duvalier y sus tontons macoutes).

Una de las tropas paramilitares más temidas por sus exacciones, la Unidad Antiterrorista (ATU), estuvo comandada por Chuckie Taylor, el hijo tenido por el presidente -por lo demás, pese a sus declaradas convicciones cristianas, un defensor de la poligamia interracial como solución a la vertebración nacional- con una esposa anterior en Estados Unidos y que cuenta con nacionalidad de este país.

Pero es la actuación exterior la que ha airado a la comunidad internacional, en especial Estados Unidos, el Reino Unido y los países anglófonos de la CEDEAO. Taylor ha asistido a la guerrilla sierraleonesa del Frente Unido Revolucionario (RUF, de ominosa reputación por sus prácticas de mutilación de civiles) desde que en marzo de 1991 lanzara su rebelión contra Freetown partiendo del taylorland del noroeste.

Desde 1997 a 2000 este patrocinio continuó cuando los hombres de Foday Sankoh, viejo camarada de Taylor al que, según algunas fuentes, conoció en los campos de entrenamiento de Libia, intentaron derrocar al presidente democráticamente elegido, Ahmad Tejan Kabbah, y se enfrentaron sucesivamente al Ecomog, los cascos azules de la ONU y el Ejército británico. También, de marzo de 1998 a octubre de 1999 acogió en Monrovia al militar golpista Johnny Paul Koroma, que había derrocado a Kabbah en mayo de 1997 y había sido expulsado por el Ecomog en la primera de las fechas citadas.

Las gestiones de Jesse Jackson, enviado especial de Bill Clinton para África, facilitaron la adopción en Conakry en noviembre de 1998 de un amplio acuerdo entre Taylor, Tejan Kabbah y el presidente de Guinea, Lansana Conté, destinado a reducir las tensiones políticas en la región y a reforzar la cooperación económica entre los tres países, que dentro de la CEDEAO componen un foro de consultas intergubernamental denominado Unión del Río Mano.

Pero las convulsiones ulteriores en los tres países echaron por tierra este espíritu y las recriminaciones mutuas volvieron por sus fueros: Tejan Kabbah y Conté acusaron a Taylor de desestabilizar sus países sosteniendo activamente al RUF y a la incipiente disidencia armada guineana, y exportando sus problemas humanitarios al otro lado de las fronteras, mientras que el presidente liberiano señaló a Conté por azuzar una rebelión en el condado de Lofa, que escaló en violencia en noviembre de 2000 y que amenazó con reanudar la guerra civil.

La sensación compartida por varios gobiernos era que el régimen de Taylor, con su caótica gestión del retorno de los refugiados, su incapacidad para desligar las agitaciones domésticas y la subversión sierraleonesa, y su heterodoxa concepción del comercio transnacional de diamantes, estaba desestabilizando fatalmente toda esta área del África Extremo-Occidental, con inquietantes salpicaduras sobre las otrora tranquilas Guinea y Côte d´Ivoire.

Entre mayo y julio de 2000 Taylor evidenció su ascendiente sobre la guerrilla de Sankoh al conseguir que liberara a varios cascos azules secuestrados, y de hecho la CEDEAO le invistió de un papel mediador entre las partes enfrentadas en Sierra Leona. Pero precisamente por eso, el Gobierno de Estados Unidos, alarmado por un foco de desorden incompatible con sus intereses políticos y económicos en esa parte de África, auspició en la ONU un movimiento en contra del Gobierno liberiano que no tenía precedentes en el siglo y media de existencia del país.

Un panel de investigación concluyó en diciembre de 2000 que el Gobierno de Taylor estaba contribuyendo a la prolongación de la guerra civil sierraleonesa entrenando a los combatientes del RUF y suministrándoles armas a cambio de diamantes expoliados en las áreas que controlaba la guerrilla, y que por tanto carecían del certificado de origen del Gobierno sierraleonés. Un negocio de tal magnitud que los expertos estimaban que Liberia estaba colocando en el mercado internacional más diamantes extraídos del país vecino que los producidos por su propias minas.

Taylor acusó a Washington y a Londres de orquestar un complot internacional contra Liberia y de exhibir un doble rasero por no comentar las imputaciones de injerencia contra Guinea, y aunque reconoció tener unos vínculos históricos con Sankoh negó taxativamente cualquier colaboración en sus operaciones bélicas contra el Gobierno de Freetown. En febrero de 2001 anunció que todas las personas relacionadas con el RUF habían sido expulsadas de Liberia, pero no pudo evitar que el Consejo de Seguridad de la ONU hiciera suyo el informe del panel de expertos y tomara cartas en el asunto.

El 7 de marzo esta instancia aprobó una resolución por la que imponía a Liberia un embargo reforzado de armas y un ultimátum de dos meses para que cortara todos sus vínculos con el RUF; considerada insatisfecha dicha exigencia, el 7 de mayo entró en vigor el segundo paquete de sanciones, que boicoteaba totalmente la exportación de diamantes, prohibía a Taylor y sus colaboradores desplazarse al extranjero, y desautorizaba todo vuelo internacional de las líneas áreas liberianas.

Esta seria amenaza exterior al régimen de Taylor coincidió con la ruptura diplomática con Guinea, sacudida por una gravísima crisis de seguridad tanto por la avalancha de refugiados liberianos y sierraleoneses que huían de las convulsiones de sus países como por los ataques de rebeldes locales presuntamente instigados por Monrovia y el RUF, y con el agravamiento de la insurrección de Lofa, que desbordó los límites del condado y se acercó hasta 200 km de Monrovia.

Fuente: www.guineaecuatorial.net

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